María es nuestra reina y madre
universal de toda la humanidad.
Procuren
todos acercarse ahora con mayor confianza que antes, todos cuantos recurren al
trono de la gracia y de la misericordia de nuestra Reina y Madre, para pedir
socorro en la adversidad, luz en las tinieblas, consuelo en el dolor y en el
llanto, y, lo que más interesa, procuren liberarse de la esclavitud del
pecado... Sean frecuentados sus templos por las multitudes de los fieles, para
en ellos celebrar sus fiestas; en las manos de todos esté la corona del Rosario
para reunir juntos, en iglesias, en casas, en hospitales, en cárceles, tanto
los grupos pequeños como las grandes asociaciones de fieles, a fin de celebrar
sus glorias. En sumo honor sea el nombre de María...
Empéñense todos en imitar,
con vigilante y diligente cuidado, en sus propias costumbres y en su propia
alma, las grandes virtudes de la Reina del Cielo y Madre nuestra amantísima.
Consecuencia de ello será que los cristianos, al venerar e imitar a tan gran
Reina y Madre, se sientan finalmente hermanos, y, huyendo de los odios y de los
desenfrenados deseos de riquezas, promuevan el amor social, respeten los
derechos de los pobres y amen la paz.
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